“Viviana Bernadó escribe sobre el pueblo, sobre los bordes del pueblo, sobre esos lugares demasiado alejados del centro. No del centro real, porque de hecho el último de sus cuentos tiene lugar en una habitación que da a la plaza principal. Los demás no, suceden en las orillas, en ese territorio que empieza a confundirse con el campo y por el que sobrevuela un avión de fumigar.
El escenario a veces es la inundación, o las tardes calientes del verano a la hora de la siesta, o las noches de invierno en las que la escarcha duele. Una casa ocupada, una huerta, la pileta del parque, una casa construida sobre un basurero, una casa desde la que se ve la estatua al genocida que da nombre al pueblo.
Bernadó habla de lo que no queremos hablar, muestra lo que no queremos ver, pero nos tiene piedad, lo hace lentamente, con la lentitud con que pasan los días en los lugares donde nada sucede.
Los textos de Bernadó son pura tensión, pura poesía. Nos lleva, embrujados, pendientes de un hilo. Cuesta respirar mientras se la lee, porque es fácil sospechar que, como en La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001), mientras recorremos el lento no suceder del pueblo, sepamos que, agazapados detrás de cualquier movimiento están la desgracia, el dolor, la violencia más cruda, lo que se sigue callando.
Leer a Bernadó desde Villegas es doloroso y reparador. Teníamos que volver a hablar de estos temas”
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