En una sesión de terapia, junto con mi terapeuta, llegamos a una conclusión compartida: muchos de nosotros ideamos estrategias para evitar la materia. Padres, psiquiatras, directivos… todos fueron parte de un juego de justificaciones que iban desde constancias médicas por disforia de género hasta excusas irrisorias. Algunos, incluso, terminaron en Fines o CENS solo para no pasar por ese calvario. Entonces, la pregunta es: ¿Se trataba de evitar la Educación Física o de evitarla en tanto dispositivo de control social?
En mi época, la división era clara: varones por un lado, mujeres por otro. Pero mis amigas eran mujeres… y yo no quería jugar al fútbol. Casi ninguno de nosotros quería. Sin embargo, el fútbol era—y sigue siendo—el eje sobre el que se construyen las distintas masculinidades en el ámbito escolar. No jugar implicaba quedar fuera de ese orden, de ese sistema de creencias que sigue legitimando quién es "mejor", quién es "hábil" y quién es simplemente "alpargata".
Y si a eso le sumamos que la materia se dictaba a contra turno—entrando a las 7:30 de la mañana solo para dos horas de sometimiento—la experiencia se regresó aún más insoportable. Pero más allá de lo subjetivo, lo realmente doloroso era otra cosa: ser elegido último, ser "el trolo", ser "el gordo". Y ni hablar si eras "gordo y trolo". Ese espacio, apartado y reducido, era el caldo de cultivo perfecto para el sometimiento de unos sobre otros.
Ahora, en teoría, todo ha cambiado. Hoy, Educación Física se cursa de manera mixta, sin divisiones de género. Pero eso no evita que algunos sigan quedando excluidos, ya no solo por su identidad de género, sino por la persistencia de un andamiaje pedagógico débil, que permite—o al menos no impide—la discriminación.
Aun así, me saco el sombrero por aquellos y aquellos docentes de Educación Física que logran transformar ese espacio en un lugar de inclusión y aprendizaje real, alejándose del sistema de creencias que históricamente lo convirtió en una herramienta de opresión.
Invito a toda la comunidad educativa a reflexionar sobre este dolor social que necesita ser reparado. E invitamos también a cada uno de nosotros a pensar y repensarnos en la construcción de nuestras masculinidades.
Chirizola Facundo. Director de teatro. Pedagogo y gestor educativo.