viernes, 9 de mayo de 2025

La patria de los malos

Esta semana recomiendo : El cuento de la criada —la serie basada en la novela de Margaret Atwood — La República de Gilead, con sus reglas teocráticas, su opresión organizada y su obsesiva obsesión por el control del cuerpo de las mujeres, se presenta como una distorsión del presente, no como una fantasía del porvenir. Y ese es tal vez el primer golpe certero de la serie: no nos muestra lo que podría pasar, sino lo que ya late, en formas más sutiles, en los rincones más oscuros de nuestra realidad contemporánea.
El vestuario — esas túnicas rojas y cofias blancas que ya son ícono de protesta en el mundo real — funciona como símbolo perfecto de la domesticación forzada, del silenciamiento obligatorio. La dirección de arte, impecable y sobria, amplifica el horror con un lenguaje visual que recuerda por momentos al arte sacro, otras veces a las cárceles más limpias y crueles del imaginario moderno.
Elisabeth Moss, en la piel de June, ofrece una interpretación majestuosa: sus ojos contienen rabia, miedo, determinación y un dolor que no puede ni quiere desaparecer. Es la heroína silenciosa de una época que necesita alzar la voz. No es casualidad que, en este universo represivo, el acto más revolucionario sea contar la propia historia. Resistir es narrar.
A lo largo de sus temporadas, la serie no ha estado exenta de críticas: su violencia gráfica, su tono opresivo, su densidad narrativa han sido señalados por parte del público como excesivos. Pero quizá el mayor mérito de El cuento de la criada sea precisamente ese: no pactar con el confort. No embellecer el horror ni hacerlo digerible. Porque en Gilead no hay consuelo posible. Y, si lo hubiera, tal vez sería una traición.
Más que una serie, El cuento de la criada es una advertencia. Un espejo deformado que devuelve una imagen incómodamente reconocible.

Chirizola Facundo, Director de Teatro, Pedagogo, Gestor Educativo.